“Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole, para tentarlo, una señal del Cielo”. (Juan, 8:11).
En el Espiritismo cristiano, de cuando en cuando aparecen aprendices del Evangelio, sumamente interesados en atender a ciertas solicitudes, en el capítulo de los fenómenos psíquicos.
Buscan señales tangibles, incontestables.
La mayoría de las veces, el movimiento no pasa de la repetición del gesto de los fariseos antiguos.
Médiums y otros compañeros, en gran número, no tienen cuidado en que los pedidos de demostraciones del cielo sean realizados, por tentación.
Hay deducciones lógicas en el asunto, que cabe no despreciar.
¿Si un espíritu permanece encarnado en la Tierra, como podrá dar señales de Júpiter?
¿Si las solicitudes de esa naturaleza, dirigidas al propio Cristo, fueran consideradas por el Evangelio un género de tentación al Maestro, con qué derecho podrán imponerlas a los nuevos discípulos o a sus amigos de lo invisible?
Muy al contrario los aprendices fieles deben estar preparados para ofrecer demostraciones de la Tierra.
Es justo que el cristiano no pueda proyectar un cuadro mágico sobre las nubes errantes, pero puede revelar cómo se ejerce el ministerio de la fraternidad en el mundo.
Nunca extenderá el paisaje total donde se muevan los seres invisibles, pero está habilitado a prestar colaboración en el esclarecimiento de los hombres del porvenir.
Quien solicita señales del Cielo sea tal vez ignorante o portador de mala fe; entretanto los que intenten satisfacerlos andan muy distraídos de lo que aprendieron con Cristo.
Si te exigen demostraciones extrañas, puedes replicar con seguridad resoluta, que no estás designado para la producción de maravillas y, esclarece a tu hermano que permaneces determinado a aprender con el Maestro, a fin
de ofrecer a la Tierra tu señal de luz, firme en la fe, para no sucumbir a las tentaciones.
¡Sígueme! - Francisco Cándido Xavier - Dictado por el espíritu Emmanuel
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